La infancia de Jesús 1. Una visión complementaria
Acaba de aparecer, al mismo tiempo, en varios países y en muchos idiomas, en tiradas millonarias bien orquestadas por el mercado del libro, un libro de doble autor titulado La infancia de Jesús. Es una obra paradójica, por varios motivos:
1. Es obra de “dos autores” (como si tuviera dos naturalezas), condensados en una “persona”:
a. Es obra de un teólogo llamado J. Ratzinger (que aparece en la portada más pequeño), que reflexiona sobre la infancia de Jesús.
(1) Lo hace con maestría teológica, en un plano de meditación creyente y de exégesis canónica y dogmática, que conserva y actualiza un tipo de tradición eclesial (aunque deje al margen ciertos aspectos folclóricos de la fiesta de la navidad, como pueden ser el asno y el buey del pesebre).
(2) Pero le falta inserción real en la problemática de la exégesis histórico-literaria, por lo que muchos estudiosos se sienten decepcionados; en esa línea se podría decir que, en ciertos planos, el libro no es fiel a la “letra” original de los textos.
b. Es obra de un Papa (Benedicto XVI, que aparece en letra mayor en la portada) que culmina así los tres tomos de su obra sobre Jesús, que es, al menos, paradójica.
(1) Por una parte son muchos los que piensan que no es “sano” que un Papa (que debería ser signo de la fe universal) entre en la disputa de las interpretaciones teológicas, de forma que los lectores le pueden contradecir, como él mismo ha dicho en su obra expresamente. En ese sentido, sería mejor que, al ser nombrado Papa, J. Ratzinger hubiera dejado ya de publicar obras como estas, es decir, hubiera dejado de ser un teólogo particular.
(2) Pero, por otra parte, es muy sano (y ejemplar) que un Papa deje su "sillón" ex cathedra y entre en el camino llano de las disputas, discusiones e interpretaciones, relativizando de esa forma su magisterio, en el mejor sentido de la palabra. La obra “vale” por lo que el Papa expone y muestra, por lo que ayuda (y dificulta) en la lectura de los evangelios, no por su autoridad de Papa ex cathedra, sino por su autoridad como teólogo (mejor o peor) y como creyente (que quiere ser animador de fe par otros creyentes, en la línea de Jn 21).
2. Es una obra escrita en dos niveles: de Iglesia y de misión dirigida a los no creyentes:
a. Es obra de Iglesia, escrita para los creyentes. Ratzinger/Benedicto quiere compartir su fe (su lectura evangélica) con los fieles cristianos. Medita con ellos, desde las Escrituras, leyendo la historia de Jesús desde aquello que “dicen” (pensamos hoy que dicen) los profetas, leídos por una tradición piadosa, más que desde aquello que dicen los evangelios como textos históricos. Es bueno que lo haga. Son muchos los cristianos que leerán (hemos leído y leeremos) la obra con aprovechamiento. Gracias, Ratzinger/Benedicto.
b. Es obra abierta al gran público. Ratzinger/Benedicto (o alguno de sus asesores) ha visto que la lectura eclesial era reducida, pues el tomo tomo anterior de su libro(Jesús de Nazaret II), publicado en una editorial “católica” (Encuentro, Madrid 2011), se vendió muy poco; por eso, el Papa ha “vendido” los derechos de este tercer volumen a una editora comercial “muy comercial” (que busca ventas, no pastoralismos). Es evidente que le interesan los lectores (y quizá los dineros…). Sea como fuere, bienvenida sea esta obra en el Planeta de los libros.
3. Es una obra agridulce. Así, al menos, la siento
a. Es “dulce”: Me gusta que el Papa entre en la disputa de las interpretaciones, y además muchas cosas de las que dice me resultan atractivas, sugerentes, como habrá podido ver quien haya seguido las dos postales anteriores. Espero con el Papa que “a pesar de sus límites, este pequeño libro pueda ayudar a muchas personas en su camino hacia Jesús y con él” (pag. 8).
En ese nivel pienso, con el Papa que “lo que Mateo y Lucas pretendían –cada uno a su propia manera- no era tanto contar ‘historias’ como escribir historia, historia real, acontecida, historia ciertamente interpretada y comprendida sobre la base de la palabra de Dios... Los relatos de la infancia son historia interpretada y, a partir de la interpretación, escrita y concentrada” (pag. 24). Lo que pasa es que una vez situamos aquí varía el margen que unos y otros (el Papa y otros cristianos como él) damos a las interpretaciones.
b. Es una obra agria, por lo que he dicho ya de las interpretaciones. Pienso con Ratzinger que “en María, la humilde virgen de Nazaret, se produce un nuevo inicio, comienza un nuevo modo de ser persona humana” (pag. 15). Éste es, dicho sea de paso, el argumento central de mi libro “La Madre de Jesús”, Sígueme, Madrid 21991).
Pienso también con el Papa que “en Mateo y Lucas no encontramos nada de una alteración cósmica, nada de contactos físicos entre Dios y los hombres: se nos relata una historia muy humilde y, sin embargo, precisamente por ello de una grandeza impresionante” (págs. 61-62).
Pero sigo pensando que ese principio, que el Papa asume, debe llevarse hasta el final: Desde una perspectiva humana todo sucede “humanamente” (desde la fecundación de María hasta el alumbramiento y educación del niño). Lo divino no se sitúa en el nivel de lo humano. Desde ese fondo el Papa tendría que haber sacado unas consecuencias distintas, debería haber situado en otro nivel los temas principales de su libro.
4. En suma, la aportación que yo puedo ofrecer en mi blog, al escribir esta visión "complementaria" es pequeña, pero quizá resulta significativa:
a. Pensaba haber dialogado en concreto con Ratzinger/Benedicto, ofreciendo una recensión/crítica académica de su obra (como él mismo ha pedido en la introducción al libro I, Madrid 2007, pag. 20). Y así había comenzado a hacerlo. Pero el intento me llevaría lejos, obligándome a escribir otra obra sobre el tema, en la línea de las que escribí hace algunos años. Por eso he renunciado a entrar en discusión. Además no quiero discutir con la obra de un Papa (por más teólogo que quiera ser). Prefiero que mis lectores lean y mediten (discutan por dentro, como su autor les pide) este libro del Papa, con sus valores y sus limitaciones.
b. Pero quiero y puedo ofrecer una visión complementaria, que no va en contra de la del Papa, pero que se sitúa en otra linea, que comparto con otros muchos teólogos y pastores católicos. Lo hago de un modo sintético, como introducción a una obra que pienso escribir más adelante, retomando el hilo de una anterior, ya descatalogada; lo haré con calma, cuando este libro de Ratzinger/Benedicto haya recibido el “espesor del tiempo”.
Termino felicitando a Ratzinger/Benedicto por esta obra y recomendando su lectura amorosa y crítica a los lectores de mi blog. Que no queden en datos marginales (buey o mula), ni en descalificaciones baratas (como las del diario el País/Madrid: 2.12.12), sino que penetren con gozo en la obra.
Yo que yo puedo ofrecer a mis lectores (y a la Iglesia) es una visión complementaria del tema, y lo hago en perspectiva algo distinta, en dos postales, que les ayudarán quizá a situarse con más anchura católica (catolicismo es diálogo en la unidad profunda) ante el tema.
Introducción. Era un galileo
Galilea (al norte de Israel) fue conquistada por los asirios el año 721 aC y se mantuvo largo tiempo sometida al influjo político, social y religioso de otros pueblos del entorno (Siria, Fenicia) y apenas aparece recordada en la historia israelita, incluso tras la conquista de los persas (539 aC). Fue por siglos tierra de paso, de poca importancia, y mantuvo relaciones cambiantes con las comunidades israelitas de Samaria y Jerusalén (enfrentadas entre sí), hasta ser conquistada (y re-colonizada) por los judíos en tiempo de los asmoneos (el 104 aC).
A partir de entonces, muchos galileos asumieron con entusiasmo las tradiciones del judaísmo de Jerusalén y de su templo, con las esperanzas nacionales de David, quizá para separarse mejor no sólo de los paganos del entorno, sino también de Samaría (con su templo del Garizim). En contra de lo que algunos investigadores han pensado, en el tiempo de Jesús, los habitantes de la zona eran judíos observantes y no semi-paganos sincretistas, “contaminados” por cultos orientales. Parece además que muchos galileos descendían de inmigrantes de Judea, entre los que podrían citarse los nazoreos de Nazaret, de los que surge Jesús. En ese contexto he querido he querido situar algunos temas de la concepción y nacimiento de Jesús, en los que abunda más la interpretación teológica que la historia propiamente dicho.
Hay al fondo del tema. algunos datos históricos (nombre de padres y hermanos, origen “davídico”, Nazaret, un nacimiento especial…), pero el conjunto de los motivos tienen un carácter teológico, y sirven para destacar la identidad “pascual” de Jesús, que es Hijo de Dios resucitado. Teniendo eso en cuenta podemos ya entrar en los motivos que siguen: (1) Filiación davídica, nacimiento humano. (2) Concepción por el Espíritu. (3) Novedad de Jesús, genealogías (1) .
1. FILIACIÓN DAVÍDICA, NACIMIENTO HUMANO
1. Nazoreo, estirpe de David.
Nació hacia el 6 aC, al final del reinado de Herodes el Grande, cuando Galilea estaba pasando de una agricultura autónoma de subsistencia a una economía comercial centralizada . Era de Nazaret de Galilea, aunque su familia puede haber sido oriunda de Belén de Judá, siendo portadora de promesas mesiánicas, como suponen Mt 2, 1-8 y Lc 2, 4 al decir que era betlemita (al menos en sentido simbólico) (2).
Es posible que Nazara/Nazaret fuera un pequeño asentamiento de nazoreos, vinculados en su origen a Belén, lugar del retoño (nezer) del árbol de Jesé, padre de David (cf. Is 11, 1; cf. Miq 5, 2). Varios testimonios (Rom 1, 3; 2 Tim 2, 8; Mt 1, 20; Lc 1, 27) sitúan a Jesús en la tradición regia de David.N ació en un mundo dominado por Augusto, emperador romano, bajo control del Herodes, rey judío, y de su hijo Antipas, etnarca-rey de Galilea, pero se sintió llamado por Dios a ser “rey” (3).
Marcos dice sólo que Jesús que pro-venía de Nazaret de Galilea (Mc 1, 9), que era hijo de María, y que tenía otros hermanos (Mc 6, 3). Mateo 1-2 y Lucas 1-2 han descrito su nacimiento, pero no en forma de crónica, sino como testimonio creyente, y sus relatos han de interpretarse como historia mesiánica (o profecía historizada), aunque con un fondo histórico. Ambos suponen que Jesús, hijo de María y José, se hallaba vinculado a Nazaret de Galilea, pero añaden que su vida ha de entenderse partiendo de David, que provenía de Belén, y sitúan allí su nacimiento, por obra del Espíritu, destacando así su continuidad y diferencia con David (cf. Mt 2, 1-6 y Lc 2, 4) (4) .
Pablo sabe que Jesús era hijo de David según la carne, pero no concede importancia teológica a ese dato, a no ser por contraste, al afirmar que fue crucificado, suponiendo así que, a ese nivel, había fracasado (Rom 1, 3-4; cf. 2 Cor 5, 16). Pues bien, ese fracaso constituye un momento esencial de la “revelación” de Dios: Su muerte en cruz que, en un plano, muestra su fracaso como mesías de David (según la carne) viene a presentarse en otro plano como revelación más alta de Dios, pues su misma “cruz” (derrota) es principio de resurrección, pues por medio de ella Dios le ha constituido Hijo suyo en poder. Eso significa que Jesús no es Hijo de Dios por haber triunfado como hijo de David, sino más bien por haber fracasado, superando ese nivel. Precisamente aquel que ha sido derrotado en un nivel de carne, sin cumplir las promesas de David (siendo crucificado como nazoreo y muriendo en Cruz por su fidelidad a Dios), ha sido constituido Hijo de Dios por la resurrección (5) .
Avanzando en la línea de Pablo (más allá de evangelio de Marcos), Mateo y Lucas suponen que Jesús es Hijo de Dios, no por haber fracasado y muerto como Hijo de David, sino, al contrario, porque lo ha sido plenamente, no sólo en un nivel de carne (como descendiente de José), sino por haber sido concebido por el Espíritu Santo en María. Estos dos evangelios trascienden el nivel de la filiación davídica de Jesús, no para negarla, sino para incluirla en la filiación divina. Suponen que Jesús ha sido hijo de José y descendiente davídico, vinculado a las promesas nacionales (mesiánicas) del judaísmo en un nivel de carne (cf. Rom 1, 3-4), pero añaden que es Hijo de Dios, en un nivel más alto, desde el principio de su vida, concebido por obra del Espíritu Santo, a través de María, superando así el nivel de una genealogía puramente carnal. No ha debido esperar a la resurrección para ser Hijo de Dios, sino que lo es por su nacimiento, como indican sus evangelios de la infancia (Mt -12; Lc 1-2) (6).
En contra de lo que habría podido pensarse partiendo de Pablo, ni estos evangelios (Mt y Lc), ni las tradiciones que están al fondo de ellos, han sentido oposición entre esos planos: Hijo de David (nazoreo según la carne) e Hijo de Dios (concebido por obra del Espíritu). En esa línea, diciendo que nació en Belén de María Virgen, ellos han querido vincular a Jesús con las tradiciones de David, transmitidas por los nazoreos (por su padre José), añadiendo que es hijo de Dios (en un plano mesiánico) por obra del Espíritu Santo y naciendo de María.
La relación con los nazoreos constituye un capítulo fascinante, aunque poco estudiado (y conocido), de la historia de Jesús, pues las fuentes en las que podemos apoyarnos son confusas, y no han sido críticamente discernidas, por las dificultades que la Gran Iglesia ha tenido en aceptarlas (ella ha optado por el cristianismo helenista), y por las reticencias que la crítica moderna ha sentido ante el tema. Sea como fuere, en el fondo de la historia de Jesús se plantea una gran pregunta, que puede formularse desde dos vertientes complementarias.
(a) Los que interpretan Jesús como Hijo de David nazoreo han de “explicar” su muerte, con el fracaso de su mesianismo davídico, pues las promesas no se han cumplido en un plano de carne (cf. Rom 1, 3-4).
(b) Los que empiezan apoyándose en la experiencia pascual, donde Jesús aparece como Hijo de Dios, en la línea de Pablo, han de explicar cómo y por qué el Señor resucitado es el mismo hijo de David según la carne (7) .
2. Reinterpretaciones. Situar el nacimiento.
Pablo sabe que Jesús nació en una familia de tradición davídica (Rom 1, 3), para añadir que a ese nivel ha fracasado (¡ha muerto en Cruz!), de forma que él sólo es hijo de Dios (y Mesías verdadero) por la resurrección. Mateo y Lucas matizan esa afirmación, añadiendo que Jesús no es sólo es hijo de David en un nivel de carne (hijo de José), sino que ha nacido en un plano superior, por obra del Espíritu. Los dos (Mt 1, 1-15; Lc 3, 24-38) transmiten y aceptan la genealogía davídica de Jesús, pero la relativizan, añadiendo que fue concebido de modo virginal, por el Espíritu (8) .
‒ En un plano histórico, Jesús, hijo de José (esposo de María), de Nazaret de Galilea, nació en una familia con pretensiones davídicas y era quizá originario (al menos simbólicamente) de Belén. Así pudo haber sido desde su misma infancia (familia) un pretendiente mesiánico, en línea nacional (como parece indicar Lc 4, 22, donde José aparece como nacionalista judío). Pablo acepta ese origen, pero añade que Jesús sólo ha sido Hijo de David en un nivel “de carne” (Rom 1, 3-4) y que su historia mesiánico-carnal no le interesa (cf. 2 Cor 5, 16), pues ella pertenece a un nivel “intra-israelita” y limitado (cf. Rom 9, 5). Sobre el fracaso de ese mesianismo davídico de Jesús, muerto en cruz sin cumplir las promesas (pero en fidelidad a Dios), se eleva el mesianismo más alto de Cristo, Hijo de Dios crucificado y resucitado. En esa línea se mantiene Marcos, que recoge la tradición de Jesús hijo de David (10, 47-48), para rechazarla después, diciendo que no es “hijo”, sino señor de David (Mc 12, 35-37).
‒ Los evangelios de la infancia (Mt 1-2 y Lc 1-2) suponen que el nacimiento de Jesús ha vinculado un elemento carnal y otro "espiritual" (o quizá mejor "personal"). No van contra Pablo (destacan el valor de la muerte-resurrección del Cristo), pero quieren recuperar (sobre Pablo y también sobre Marcos) el mesianismo histórico-davídico de Jesús, que habiendo surgido en un nivel de carne, ha nacido también por obra del Espíritu, de forma que es Hijo de Dios siendo Hijo de David.
Así recobran y recrean el sentido y alcance salvador del mesianismo davídico, en clave de Espíritu, desde el proceso total de la vida de Jesús y, en especial, desde su muerte y resurrección, pues saben (con Pablo y Marcos) que un tipo de mesianismo carnal ha fracasado en la cruz. Frente a Rom 1, 3-4, que parece oponer carne (historia terrena) y espíritu (pascua-resurrección), los evangelios han unido ambos niveles: Jesús es mesías universal (Espíritu), siendo carnal (en la línea de David). En esa línea, Mt y Lc mantienen su filiación davídica (por José), aunque la interpretan en forma de adopción divina y van precisando su sentido a lo largo de su vida, muerte y resurrección.
‒ El cuarto evangelio (Jn 1, 14) destaca la importancia de la carne de Jesús, pero le presenta como Logos de Dios, sin insistir en las tradiciones mesiánicas. En contra de Rom 1, 3-4, que oponía la “carne” del nacimiento davídico al “espíritu” de la resurrección, Jn 1, 14 afirma que el Logos de Dios se ha hecho “carne” en la vida de Jesús. Ciertamente, Juan sabe que Jesús es hijo de María, cuya figura ha destacado simbólicamente, en línea eclesial, aunque no cite su nombre (Jn 2, 2; 19, 25) ni suponga que ella ha concebido de forma “virginal”. Juan sabe además que Jesús es hijo de José, cuya figura y nombre cita expresamente, quizá en un contexto de mesianismo davídico (cf. Jn 1, 45; 6, 42), pero criticando, al parecer, la postura de aquellos que vinculan el mesianismo de Jesús con Belén y David (cf. Jn 7, 40-44). A su juicio, lo que define a Jesús como enviado e hijo de Dios no es el lugar de nacimiento (Belén o Nazaret), ni su posible concepción virginal, sino su filiación divina (es el Logos de Dios) y su entrega total por el Reino, haciéndose carne, esto es, plenamente humano.
3. Mateo
afirma que «Jesús nació en Belén de Judea, en los días del rey Herodes» y añade que «unos magos vinieron a Jerusalén... preguntando dónde debía nacer el rey de los judíos». Los sacerdotes y escribas del pueblo (Jerusalén) saben que él que el rey davídico debía nacer allí (Mt 2, 1-6; cf. Miq 5, 2; 2 Sm 5, 2), a diferencia de a Herodes, rey ilegítimo (que reside en Jerusalén). Así queda de relieve la paradoja de Jesús, que nace en Belén, como hijo de David (a través de José), pero que ha sido concebido de un modo virginal (por el Espíritu de Dios), siendo hijo de María (Mt 1, 18-25).
Si el relato de la concepción se cerrara en un plano biológico, Jesús no sería hijo carnal de David, sino adoptivo, por José, esposo de María (cf. 1, 16.20). Pero Mateo no opone esos planos, sino que los vincula, aceptando en un nivel la filiación davídica, para superarla y recrearla en otro, tanto en el nacimiento como a lo largo de la vida: Jesús es Hijo de Dios siendo de la familia de David, y heredero de sus promesas mesiánicas.
Mateo ofrece así un relato simbólico (etiológico), que pone de relieve (al mismo tiempo) la ascendencia davídica de Jesús nazoreo (por José) y su realidad de Hijo de Dios (nacido por el Espíritu, de María). De esa forma expone el Nacimiento de un modo teológico (cf. Mt 1, 22-23; 2, 5-6.15.18.23), siguiendo la Escritura, para añadir que unos magos vinieron de Oriente, guiados por la Estrella (cf. Num 24, 17), y que Jesús tuvo que huir de Herodes, repitiendo el camino del Éxodo (de Egipto llamé a mi hijo: Mt 2, 15; cf. Os 11, 1). Jesús comparte y supera así la suerte de Moisés, liberado de la muerte, saliendo de Egipto (2, 1-15), de donde volverá a Nazaret, como Hijo de Dios (cf. 2, 15) y nazoreo, descendiente de David (cf. 2, 23) (9) .
Carece de sentido preguntar a los astrónomos-científicos el día en que brilló su estrella ante los magos (cf. Mt 2, 9-10) (10) , pues a Mateo no le importan los astros externos, ni vino a Belén o Nazaret, para investigar lo que pasó, sino que fue a la Biblia, para descubrir lo prometido, conforme a la experiencia de la Iglesia (hacia el 70/80 dC), cuya fe ha proyectado sobre el nacimiento de Jesús. No sabemos el día en que nació, aunque una tradición simbólica y celebrativa (apropiada para el hemisferio norte) dice que fue el 25 de diciembre (11) .
4. Lucas
afirma también que Jesús nació en Belén, como descendiente de David y ciudadano de un Imperio que había decidido empadronar a sus habitantes: «Aconteció en aquellos días que salió un edicto de parte de César Augusto, para realizar un censo de todo el mundo habitado. Este primer censo se realizó mientras Quirino era gobernador de Siria» (Lc 2, 1). Así entreteje el evangelio de Jesús con la historia de Roma: Jesús no nació bajo un rey judío (como en Mateo), sino bajo un imperio mundial, que controla (recuenta) a sus vasallos, incluso en Belén, ciudad de las promesas de David, donde van sus padres; nace, además, de camino, en un establo o “cortijo” de animales y pastores (¡los únicos que le acogen!), bajo el imperio del César.
En ese fondo ha de entenderse la famosa inexactitud del censo, que Lc 2, 1-4 ha vinculado al nacimiento de Jesús en Belén. Por Flavio Josefo sabemos que ese censo (que no fue universal) no pudo realizarse al nacer Jesús (hacia al 6 aC), reinando Herodes (que murió el 4 aC), sino doce años más tarde, hacia el 6 dC, tras la muerte de Arquelao, cuando el gobierno de Judea pasó directamente a Roma. Pero a Lucas no le importa la exactitud puntual, sino el sentido teológico del censo, que encuadra a Jesús en la maquinaria imperial de Roma. En ese sentido, es igual que el censo haya sido anterior o posterior (total o parcial), pues Lucas no quiso ofrecer una crónica de hechos, sino una historia teológica: Jesús nació censado y morirá condenado por Roma.
NOTAS
1. Bibliografía básica en 2, 1. De un modo especial cf. Brown, R. E., El nacimiento del Mesías, Cristiandad, Madrid 1982 y J. P. Meier, Un judío marginal I, 219-264.
2. Un monje escita, de comienzos del siglo VI dC, calculó la fecha de su nacimiento, fijándolo el año 753 de la Fundación de Roma, y esa fecha se ha impuesto como año 1 de la era común. Pero nuevos cálculos indican que se equivocó y que Jesús nació hacia el 6 aC. La fecha del 25 de diciembre es simbólica y está vinculada al culto del Sol, que se celebraba ese día.
3. Nació en tiempo de Augusto y Herodes. La fama de los césares (Augusto, 27 aC–14 dC; Tiberio, 14–37 dC) debió llenar el imaginario de su infancia, pues Roma imponía los reyes de Palestina (Herodes el Grande: 37–4 aC) o Galilea/Perea (Herodes Antipas: del 4 aC–39 dC), y los procuradores o gobernadores de Judea-Samaría (Valerio Graco y Poncio Pilatos: del 15 al 26 y del 26 al 36 dC).
4. Ni Mateo ni Lucas inventan sus datos (María y José, Belén, concepción por el Espíritu), ni se copian entre sí, sino que recogen una tradición, que ha debido surgir en un ambiente judeo-cristiano (quizá en la Iglesia de Santiago). En ese contexto se entienden las conexiones de Jesús con las promesas davídicas (Belén), que no han de entenderse en sentido literal, como sabe en otra perspectiva Pablo, que presenta a Jesús como Hijo de David según la carne, destacando su más alto nacimiento como Hijo de Dios por el Espíritu en la resurrección (Rom 1, 3-4). Sobre la filiación davídica, cf. J. P. Meier, Judío Marginal I, 230-233
5. Éste es el centro de la teología paulina: La cruz histórica (abierta a la pascua cristiana) es revelación superior de Dios (superando la historia antigua).
6. Esa descendencia davídica no puede probarse en línea genética (biológica, por el ADN), pero es fundamental para entender el proceso profético y mesiánico de Jesús, nacido en Nazaret (aldea de nazoreos: del “nezer” o familia de David). Lógicamente, en otro plano, los relatos de Mt y Lc le vinculan simbólicamente a Belén, patria de David.
7. Tras la re-judaización de Galilea (tras el 104-103 aC), los nazoreos de Belén pudieron fundar la aldea de Nazara/Nazaret, donde nació Jesús, que así aparece como portador de tradiciones davídicas. Algunos judeo/cristianos, cuyos escritos (Ev. de los Hebreos y/o de los Nazareos) apenas se conservan, se denominan a sí mismos nazoreos/nosrim y/o ebionitas o pobres, interpretando a Jesús en esa línea. Según el testimonio de Eusebio de Cesarea y Jerónimo, en el siglo IV seguían existiendo, al margen de la Gran Iglesia, ebionitas y nazoreos, y veneraban a Jesús como Mesías de Israel más que como salvador de los gentiles. Significativamente, Marcos, que ha escrito en perspectiva más paulina, ha marginado (ocultado) la tradición de Jesús nazoreo (hijo de David), para insistir en su muerte-resurrección; Mateo y Lucas han seguido en esa línea, pero conservan en su nuevo contexto algunas referencias a Jesús Nazoreo, Hijo de David (cf. Mt 2, 23; 26, 71; Lc 18, 37; Hch 2, 22; 8, 6; 4, 10; 6, 14; 22, 8; 24, 5; 26, 9. Las referencias básicas son Jn 18, 5.7; 19, 19, que evocaremos en cap. 34. Parece que la Gran Iglesia ha marginado la tradición de los nazoreos.
Cf. E. Nodet y J. Taylor, Essai sur les origines du christianisme. Une secte éclatée, Cerf, Paris 2002; J. Taylor, ¿De dónde viene el cristianismo?, Verbo Divino, Estella. 2003; F. García Bazán, Jesús y los primeros cristianos, Lumen, Buenos Aires 2006, 34-41; S. Chepey, Nazirites in Late Second Temple Judaism: A Survey of Ancient Jewish Writings, the New Testament, Archaeological Evidence, and Other Writings from Late Antiquity, Brill, Leiden 2005; J. P. Lémonon, Los judeocristianos: testigos olvidados, Verbo Divino, Estella 2008.
8. Las historias del nacimiento de Jesús no son crónicas, sino “evangelios”: Quieren expresar la providencia de Dios, que actúa y se revela en el surgimiento mesiánico de su Hijo. Pablo sabe que ha nacido de mujer (Gal 4, 4), de la estirpe de David (Rom 1, 1-3), lo que parece relacionarle con Belén. Marcos deja en segundo plano el lugar de nacimiento de Jesús, pero le vincula a Nazaret, que parece ser su patria, Pues bien, Mt 2, 23 ha intentado relacionar la confesión mesiánica (Jesús “nazoreo”) con la referencia geográfica (Nazaret). Podemos decir, que, en un plano histórico, Jesús nació en Nazaret, en el seno de una familia “nazorea” o davídica, como hijo de José, tema o motivo que ha marcado el desarrollo de su historia, como seguiremos viendo.
9. Como he dicho, Mt 2, 23 vincula un hecho geográfico (era de Nazaret), con un dato antropológico (era nazoreo) y teológico (era Hijo de Dios, concebido por el Espíritu en María). Es evidente que él creía que esos datos aspectos (nazoreo y nazareno) pueden y deben vincularse, y son mucho los investigadores que siguen pensando lo mismo, y también las traducciones de la Biblia, cuando ponen nazareno en vez de nazoreo (tanto en Mt 2, 23 como en Jn 19 y en otros lugares); cf. A. Díez Macho, “Jesús, ho nazoraios”, en Quaere Paulum. Hom. a Mons. Dr. L. Turrado, Salmanticensis 39, Salamanca 1981, 9-26; U. Luz, Mateo I, BEB 74, Sígueme, Salamanca 2010, 222-230. El tema sigue siendo complejo, y que puede haber una relación entre Nazaret y Nazoreo, aunque Jesús no es “nazoreo” sólo por ser de Nazaret, sino porque forma parte de un grupo especial de observantes mesiánicos que se presentan como descendientes davídicos. Cf. W. F. Albright, The Names Nazareth and Nazarean, in JBL 65 (1946), 397-401; B. Gärtner, Die rätselhaften Termini Nazräer und Iskariot (HS 4), Uppsala 1957; S. Lyonnet, “Quoniam Nazareus vocabitur”: Bib 25 (1944) 196-206; J. Rembry, Quoniam Nazaraeus vocabitur (Mt 2, 23), LibAn 12 (1961-62), 46-65. H. H. Schaeder, Nazarenos/Nazoraios, TWNT 4, 879-884; E. Zolli, “Nazarenus vocabitur”: ZNW 49 /1958) 135-136.
10 A pesar de que la estrella es simbólico/teológica, no física, algunos astrónomos han querido estudiarla, sin llegar a resultados apreciables. Cómoda visión de conjunto, para esoteristas y curiosos, en M. Crudele, Star of Betlehem, //www.disf.org/en/Voci/35.asp. Cf. también U. Holzmeister, La stella dei Magi, Civiltà Cattolica 93 (1942) 9-22; J. Kepler, De anno natali Christi (1614), en: Gesammelte Werke, München 1953, 5-125; W. E. Filmer, The Chronology of the Reign of Herod the Great, JTS 17 (1966) 283-298; R. Rosenberg, The star of the Messiah reconsidered, Biblica 53 (1972) 105-109; D. Hughes, The Star of Bethlehem, Nature 264 (1976) 513-517; G. Firpo, La data della morte di Erode il Grande. Osservazioni su alcune recenti ipotesi, Studi Senesi 32 (1983) 87-104; M. Molnar, The Star of Bethlehem: The Legacy of the Magi, Rutgers Univ. Press, London 1999.
11. Como vengo diciendo, Jesús ha nacido hacia el año 6 (quizá el 7) aC, pero es imposible fijar la fecha exacta, aunque la tradición posterior (tomando como referencia la fiesta del Sol) se ha inclinado por el 25 de diciembre, a pesar de que ese tiempo y ese día parecen ir en contra del relato (simbólico, no histórico) de Lc 2, 8, donde se afirma que los pastores de Belén hacían por turnos la guardia del rebaño, al cielo abierto de la noche. Ése es un tiempo de frío y de lluvias, y es poco probable que hubiera pastores al raso en el campo. Sólo a partir de la primavera velan los pastores al raso en la noche. Sea como fuere, ese día ha sido introducida en la Iglesia como fecha de nacimiento de Jesús a partir del siglo IV. Antes se habían propuesto otras fechas, sin insistir en ellas, y sin celebrar una fiesta especial de nacimiento (la fiesta cristiana era la pascua, bien fijada a partir del siglo II dC).
Pero, tras la crisis arriana (contra el rechazo de la divinidad de Jesús), los cristianos ortodoxos empezaron a celebrar la fiesta del nacimiento “divino” de Jesús, y lo hicieron el 25 diciembre, en el solsticio de invierno, fecha en que el Sol Invicto dejaba de “caer” (inclinarse) en el horizonte y recomenzaba a crecer (en el hemisferio norte), iniciando el nuevo año solar. Así nació Jesús y así nace cada año, litúrgicamente, el solsticio de invierno, como promesa de vida y de luz para los creyentes, como había anunciado Malaquías (Mal 3, 20), diciendo que al final de los tiempos brillaría el Sol de la justicia. También Lucas habla en el Benedictus (Lc 1, 78) del sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte (cf. igualmente Ap 21, 23). Actualmente, por razón de ajuste del “calendario gregoriano” (que no ha sido aceptado por todas las iglesias), la Navidad de Jesús se celebra en fechas distintas entre los cristianos de oriente y occidente.
publicado por Xabier Pikaza Ibarrondo
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